Habíamos acabado la prueba de sonido con los Puerto y salimos a picar algo antes de empezar el show. Al entrar al bar, me di cuenta de que había dejado la cartera en el escenario, y no me quedaba otra que volver a por ella. Con Sweet Home Trío llevamos un riguroso orden de pago, y ese día me tocaba a mí.
Abrí la puerta del local, y me extrañó que la luz estuviera encendida. Juraría que la había apagado antes de salir, ya que fui el último en marcharme. Entré por la parte larga del escenario, y entonces la vi.
Había cogido el Busetto. Era hermosa, elegante, de porte refinado. Su elegancia floral marcaba su buen gusto. Me agazapé, sin querer molestarla. A cualquier persona que me cogiera el contrabajo sin permiso, la hubiese abroncado al instante, pero su sonrisa era tan pura y llena de gozo que decidí no interrumpir.
Me quedé allí, quieto, casi sin respirar. La observé por un momento largo y decidí tomar una foto. Luego, sin hacer ruido, me fui. No la he vuelto a ver.
Mis compañeros se tensionaron un poco cuando les conté que al final no había cogido la cartera, ni que iba a pagar. Les mostré la foto y les expliqué lo que había ocurrido. Les conté que me pareció mal interrumpirla, que estaba tan concentrada y radiante que no quise arruinar el momento. Lo entendieron, son muy comprensivos. Tampoco conocían a la chica. He mostrado la foto mil veces, pero nadie sabe quién es. Apareció de la nada y desapareció igual, sin dejar rastro.
Su sutil perfume perduró en el aire durante toda la actuación. En ocasiones, cuando toco con el Busetto, aún me parece oler aquella fragancia.
Frank y Alberto, por supuesto, me recordaron que las dos próximas veces me toca pagar.