miércoles, 20 de febrero de 2019

LA HISTORIA DE MI BUSETTO VIENÉS


foto de Raúl Sánchez Potinaider

Hoy hace un día primaveral, hermoso, me encantan estos primeros días templados de febrero.
Hoy iba a empezar colgando la foto, la primera de las fotos que hice con GENTE CON MI BUSETTO VIENÉS pero, pero he decidido posponerlo a otro día, posiblemente el próximo mes, en marzo mostraré y contaré como fue el inicio de esta cosa y quién fue el detonante de ello y es que antes de empezar a poner los compañeros de mi Busetto acompañando a mi Busetto creo que estaría bien contar como el extravagante contrabajo fue a parar a mis manos, vamos, que voy a poner una foto mía, en realidad por la importancia que tuvo Belén (mi amor) en el tema debería poner una foto de ella con él, pero es que no tengo ninguna y el Busetto no está en estos momentos conmigo. Voy a exponer dicho relato.

Era un caluroso día veraniego, había quedado con el excelente luthier y contrabajista Manolo Germán (excelente en sus tres facetas expuestas, la de Manolo es la de persona, la tercera faceta nombrada en la frase), teníamos un trato preconcebido, le iba a cambiar un contrabajo alemán que tenía por otro de otro lado, él (el Manolo) me tenía preparado y ajustado un instrumento en su taller para dicho intercambio. Llegamos Belén y yo a Cardona y después de un magnífico café y comprar la navaja típica cardonesa nos dirigimos al taller, agradecimos la temperatura que guarda el lugar, casa antigua de muros muy anchos, pasé directamente a probar el que debía de ser mi nuevo instrumento, pero ya que estaba allí no podía irme sin probar las reliquias que atesora Manolo, en la sala de los contrabajos empecé a probar uno tras otro, sobre todo esos que sé que posiblemente nunca pueda atesorar, ahí estaba dale que te pego cuando Belén de repente comentó señalando uno que estaba tumbado en el suelo ¿Y este? Amor a primera vista, yo ni me había fijado en él y eso que me estorbaba todo el rato cuando quería ir cambiando de contrabajo para degustarlos, cuestión, que alcé el solitario contrabajo y lo toqué, mi cara se alegro, no tenía super-sonido (nunca nadie lo había tocado y aún era un instrumento triste y abandonado) pero era simpático y hermoso, miré a Belén y a ella también le gustó, en resumen, para no alargar, después de unas cuantas palabras y billetes más el Busetto estaba cargado en la Picaso camino a Zaragoza. Fin de la cita.

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