El
imán que tiene el Busetto es, en la mayoría de ocasiones, un placer
para mí. Hace él (el imán que tiene el Busetto) que se le acerque
gente, personas que se olvidan de sus vergüenzas y me piden que se
lo deje y si el tiempo me da, nunca tengo problema en charlar con
ellas sobre él u otras cosas y cederlo por unos segundos; la mayoría
de la gente intenta tocarlo, otras simplemente posan con él para ser
fotografiadas, también las hay que se abrazan un ratito a él o
besan su dura madera, incluso lo lamen cuando creen que no estoy
mirando, esas son las conductas más comunes. Un día cuando ya
estaba apunto de enfundar el bello Busetto, apartado del evento ya
acabado, en un lugar oscuro alejado de las miradas festivas, vi como
una silueta se acercaba a mí, era de tamaño desproporcionado,
claramente era un gigante, en pocos segundos se hizo con el
instrumento y se puso a tocar una música incomprensible, notas que
me aterrorizaron, no sólo eran las notas lo que me daba miedo,
también era la visión de aquellos dedos del tamaño de butifarras
de Perol de Vic haciendo vibrar de forma iracunda las Pirastro
Eudoxa, sentí que esas cuerdas estaban dando lo último y no sólo
eso, mi pavor aumento cuando me apercibí del diámetro de sus manos,
me estremecí al ver aquellas zarpas del tamaño de hogazas de cinco
kilos sobre el diminuto instrumento (diminuto comparado con el
titán), sentí que iba a reducirlo a puro serrín. También temí
por mi vida.
La
verdad es que la imaginación compartida con el miedo que provoca la
oscuridad y sus sombras pueden hacerte ver cosas monstruosas donde
sólo hay amabilidad, eso sí, en este caso era amabilidad acompañada
de la voz de Guillermo Sarabia y la silueta de Shaquille
O’Neal. Este señor es en realidad muy grande,
pero muy amable, seguro que me pidió el Busetto con plena cortesía
y se lo dejé, pero yo estaba tan intimidado rodeado de aquella
negrura que no recuerdo nada de lo real, sólo tengo presente mi
grosera fantasía de terror. Pasó un tiempo indeterminado cuando de
repente volví en mí, me di cuenta que en realidad estaba (el
gigante) tocando el instrumento a base de sutiles roces, el escaso
sonido que sacaba a las cuatro cuerdas me devolvió a la moderación,
a mi realidad y de paso me devolvió el contrabajo y nos tomamos una
cerveza con limón y compartimos un trozo de pizza mientras me
contaba su experiencia con...
Seguro
que me saludó y se presentó durante mi arrebato de pánico, pero,
no recuerdo nada de aquel momento y después me dio vergüenza
preguntarle su nombre, por eso esta foto no lleva nombre de pila ni
apellido.
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